
Al menos 12 muertos, cientos de
miles de evacuados y parte de la costa devastada: una vez más un
terremoto golpeó a Chile dejando un estela de dolor y destrucción.
Y, sin embargo, la mayoría de los chilenos reaccionó con una
tranquilidad que llama la atención de todos, sobre todo de los que son
de países no sísmicos.
A lo largo de su historia, Chile ha sido golpeado por numerosos terremotos.
De hecho, el más grande del que se tiene registro (de magnitud 9,6 en
la escala de Richter) ocurrió en la sureña ciudad de Valdivia en 1960.
Eso hace que desde niños nos hagamos a la idea de que los temblores
serán una constante en nuestras vidas. Es inevitable. Antes o después,
el suelo se moverá bajo nuestros pies.
Desde pequeños, los chilenos participan regularmente en simulacros
organizados en los colegios y aprenden que mantener la calma y evacuar
en orden es más seguro y eficaz.
También saben que un gran número de edificaciones cumplen estrictas normas antisísmicas que hacen más difícil que se derrumben.
No es que no se asusten -hay gente que les tiene pánico y sí huye
despavorida. O peor aún, se producen muertes por infarto, como ocurrió
el martes.
Pero la mayoría, aprenden a ponerlos en perspectiva. Y a esperar.
Por ejemplo: si ocurre de noche y se está acostado, se toma un tiempo
para sopesar si vale la pena salir de la cama. De hecho, la mayoría de
las veces no es necesario.
Los terremotos no siempre empiezan con grandes remezones. La
intensidad puede ir aumentando en forma paulatina, desde un movimiento
casi imperceptible a uno en que es imposible mantenerse en pie.
Incluso cuando hay un terremoto la reacción puede no ser inmediata.
Eso es otra cosa que mucha gente no sabe: los terremotos tienen
distintas formas. A veces son ondulantes, a veces el movimiento es
predominantemente vertical, otras horizontal.
Cuando un sismo te sorprende en la calle, lo más sensato es buscar el
lugar donde haya menos postes, cables, construcciones que puedan caer
sobre ti.
Para el terremoto de 2010, la una intensidad fue de 8,8 y murieron
más de 500 personas, la mayoría en el tsunami que lo siguió. Fueron días
tristes para el país.
Poco después era impresionante cómo había golpeado la psiquis de la
gente. No hablaban de otra cosa. Todos contaban dónde estaban cuando
sucedió y cómo lo habían vivido.
Historias tristes de conocidos que habían perdido a algún ser
querido, otras de mucho miedo,gente que pensaron que era el apocalipsis,
de niños que miraban a sus padres sin entender qué estaba pasando, de
familiares que perdieron sus casas.
Ese sismo, el más mediático que haya vivido el país, aumentó la
conciencia sobre la importancia de seguir las instrucciones de las
autoridades, saber cuáles son las vías de evacuación y cerciorarse de
que uno tiene a mano una linterna que funcione.
También acabó con varios mitos.
Si antes se pensaba que lo mejor para protegerse dentro de una casa
era pararse debajo del marco de la puerta, ahora saben que es preferible
arrodillarse al lado de la cama, en el lado donde puedan caer menos
objetos. Y eso hacen.
No corren no sólo porque están acostumbrados, sino porque creen que
saben qué hacer o porque a veces el movimiento es tan fuerte que apenas
pueden caminar y correr es literalmente imposible.